Hemos hablado de ello fragmentariamente en algunos posts y en sus subsecuentes comentarios, pero creo que es importante poner algunas piezas del puzzle juntas y mostrar de manera fehacientemente lo que a estas alturas es un hecho: esta crisis económica en la que estamos inmersos no se acabará nunca, o no por lo menos dentro del presente paradigma económico conocido como capitalismo. La gráfica de la izquierda (ela


O sea que básicamente estamos en una situación de disminución rápida del consumo de energía, no buscada ni pilotada, sino forzada y repentina. Según datos de la EIA, el petróleo representa el 33% de la energía primaria consumida en el mundo, aunque este porcentaje varía de unos países a otros; en España es el 48%, casi la mitad. Por tanto, con la caída en estos últimos 5 años de más del 15% de nuestro consumo de petróleo en España hemos reducido nuestro consumo de energía primaria en un 8%, aproximadamente; más de un 1.5% anual. Estimar el impacto sobre nuestra energía consumida se hace más complicado a medida que el porcentaje de petróleo que perdemos se hace más grande y que su precio aumenta, ya que para producir y mantener las otras fuentes de energía hace falta petróleo (para los compresores de los martillos neumáticos que se usan en minas remotas, para la maquinaria que mantiene las presas y los aerogeneradores, etc, etc). De hecho, el petróleo tiene impacto en todo, por su gran variedad de usos (plásticos, fibras sintéticas, reactivos químicos para fármacos, industria alimentaria, etc) y como fuente de energía fundamental en la operación de maquinaria de todo tipo (coches, camiones, grúas, aviones, excavadoras, barcos, tractores, aplanadoras, etc). La realidad es que toda la actividad económica depende del petróleo en particular y de la energía en general. Por definición, energía es la capacidad de producir trabajo. Trabajo útil que se aprovecha para transformar materiales y crear productos, trasladar mercancías y gente, producir luz, calor o frío, etc. Incluso las tecnocráticas economías basadas en los servicios han de finalmente servir a algo tangible, y los sobrecostos del petróleo y de la energía también les repercuten en igual medida que a los otros sectores de la economía. La correlación entre consumo de energía y PIB es tan bien conocida que la IEA suele publicar una gráfica del estilo de la que sigue a estas líneas en cada World Energy Outlook que publica (el de esta gráfica es del WEO 2004). En el eje de las ordenadas (vertical) se ve el consumo total de energía del mundo, expresado en millones de toneladas de equivalente de petróleo. En el eje de las abscisas (horizontal) se ve el PIB del mundo, expresado en paridad de poder de compra. Lo mejor del caso es que la fuerte conexión entre las dos variables mostrada por esta curva se mantiene incluso en las recesiones económicas.

- Para crecer económicamente necesitamos crecer nuestro consumo de energía. A la inversa, si nuestro consumo de energía decrece nuestro PIB se contrae en igual manera.
- Debido al estancamiento de la producción de petróleo, a un efecto de sincronización con las otras fuentes de energía conocido como La Gran Escasez, y al crecimiento de otras economías emergentes estamos condenados de manera inexorable a reducir nuestro consumo de energía y a un ritmo bastante rápido (en el caso de España, un 1.5% anual como mínimo).
La pregunta no es, por tanto, si vamos a seguir decreciendo económicamente, sino hasta cuándo. La respuesta es que decrecer económicamente, entendido como una disminución del PIB, es irrelevante. Hemos confundido el fin con los medios; el PIB es una abstracción de la riqueza colectiva de un país, que se supone que de algún modo está conectado con el bienestar de sus gentes. Lo que se busca es maximizar el bienestar, no un índice complejo y en ocasiones absurdo. Por tanto, tan pronto como abandonemos la orientación economicista y nos centremos en lo verdaderamente relevante empezaremos a ir mejor. Lo peor que podríamos hacer es centrarnos en mantener un sistema económico que cada vez será más disfuncional por falta de energía y de materias primas para impulsar un consumo desaforado que nos inmole en el altar del crecimiento económico, soñando con la recuperación económica que nunca va a llegar y que creará un empleo que no va a existir jamás. No entender esto, obstinarse en seguir este camino, sólo nos lleva a un sitio conocido: el colapso.
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